Estimados amigos de lo insólito, desde mi laboratorio oculto
en el subsuelo de Sevilla os quiero exponer una de mis múltiples investigaciones
enigmáticas. En esta ocasión será un angustioso testimonio en primera persona,
reconozco ante vosotros que soy el protagonista de unos fantasmales hechos. Es como un mal que me persigue, una
vívida pesadilla que sufro desde hace décadas, una verdadera maldición. Algo
que escapa a todo raciocinio y que junto a vosotros intentaré desentrañar.
Me pasa muy a menudo, es algo muy extraño y os puedo asegurar que
no encuentro explicación lógica alguna. Da igual el día, el lugar o la hora, no
falla nunca, siempre me toca a mí, es algo casi matemático. Pues bien, la cuestión trata de que cada vez que estando en un bar se termina el barril de cerveza, a la hora de pedir una ronda
es la mía y no otra la caña que se queda a medias bajo el grifo y por supuesto hecha una
porquería llena de espuma. Obviamente no hay que explicar que soy yo el que
tiene que esperar pacientemente a que el camarero proceda a la sustitución del puto
barril. Pero la cosa no queda ahí ni mucho menos, todo en la vida es susceptible de
empeoramiento.
Durante el proceso del cambio de barril y en algunas contadas ocasiones,
las fuerzas ocultas implicadas en este asunto actúan de una manera que ya
roza lo verdaderamente demoniaco y maligno. Estas intentan atacar a su víctima,
un servidor en este caso, protagonizando fantasmagóricos fenómenos poltergeist
que os paso a describir.
Se trata de que como bien sabréis, tras la conexión de un nuevo barril hay que
empezar a purgar la espuma sobrante del serpentín, pues bien, misteriosamente algunos grifos o tiradores comienzan a
tener de repente un comportamiento muy parecido al de ese español universal que es nuestro
Nacho Vidal en pleno éxtasis profesional. Lo digo porque el momento culmen de
estos fenómenos se aproxima cuando uno baja la guardia al estar
jodido por la espera y tardanza, porque jode un montón. El incauto cliente se queda un poco
despistado mirando el futbol que hay en la tele y... Es entonces cuando un un terrible
e inenarrable momento un servidor, ante la extraña y enigmática mirada del camarero, recibe un churretazo de espuma en plena cara
como si se tratara de la Srta Lewinsky y el Sr. Clinton. Vamos, que en ese momento yo me llamo Mónica y el maldito grifo se llama Bill, no se si me explico.
¿Mato al camarero? ¿No lo mato? ¿Me dejo poseer
definitivamente por esas maléficas presencias y convierto el bar en un baño de
sangre? ¿Me limpio antes aquello que me ha caído en el ojo y en el desconcierto no sabes qué es? ¿Le doy con el jamón en la cara? Afortunadamente a día de hoy he podido
mantener a raya esos criminales impulsos inducidos desde el Averno, pero si hay una próxima vez…
Mis cuestiones a plantear en este enigma y con las que
seguramente podré obtener algunas respuestas con vuestra inestimable ayuda son
las siguientes:
¿Por qué me toca siempre a mí? ¿Cambiaría la cosa si los
barriles fuesen de cinco mil litros en lugar de 50? ¿Son presencias maléficas, seres del
inframundo o es simplemente es una conspiración Illuminatti? ¿Puede tratarse de que los camareros tienen una componente psicopática que les
pone el putearme? ¿Inventarán de una puñetera vez un sistema antichurretazos de
espuma?
Seguramente algunos habéis padecido en vuestras carnes estas
terribles experiencias y sinceramente pienso que lo vamos a seguir haciendo durante bastante tiempo.
Fdo.: El maléfico profesor Jac
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